Hace cosa de mes y medio tuve una tutoría con mi profesora de Teoría del Derecho. Aparte de lo estrictamente académico hablamos de muchos otros temas. Observando su pequeño despacho abarrotado de libros hasta el techo comprobé como se mantenía con cuatro chinchetas en la pared un folleto del estreno de Tierra y Libertad, película dirigida por Ken Loach, de la que los tres autores de este blog somos grandes admiradores. Ella también lo es. Me contó así mismo la experiencia de su familia en la Guerra Civil y comentamos diversos temas a raíz del film: la represión, los anarquistas, el POUM, mayo del 37…en un momento dado, ella comentó en clave de error en referencia a parte de las organizaciones revolucionarias, que fue una pena que se destruyeran algunas, más o menos valiosas, obras de arte, la mayor parte de ellas provenientes de los templos católicos donde se albergaban; un hecho que se refleja en una secuencia de Tierra y Libertad, tras la liberación de un pueblo por parte de la milicia del POUM. En ese punto le di la razón, pues muchas veces he reflexionado sobre lo nefasto de algunos excesos que en toda guerra se producen.
No obstante, dándole vueltas al tema, he creído llegar a la siguiente reflexión: ¿en qué medida debemos dar importancia al hecho de la destrucción de ciertos bienes, si como contrapartida se produce una transformación en tanto que aumenta la libertad y toman las propias riendas de su vida el colectivo que decide rechazar y con ello destruir los citados bienes artísticos? Estos no vendrían a ser más que la traducción material de esa profunda transformación social. ¿En qué modo podemos cuestionarnos la destrucción de esos bienes cuando ello es propiamente un paso más en el proceso revolucionario que impulsan las personas por su propia voluntad y colectivamente, pues así democráticamente se ha decidido, ya que identifican estos bienes con algunas de las cadenas que los ataban?
Recordemos que nos situamos en los años treinta. La Iglesia, o ataba con fuerza, o dormía las mentes que pudieran estar despiertas. Nosotros, desde nuestra óptica burguesa, o a día de hoy, de clase media, aunque sea progresista o de izquierdas, atisbamos esa pérdida artística como un atropello innecesario, que quizá lo sea, por el simple hecho de que esos bienes son arte e Historia. Mas si pensamos, ¿no produciría mayor satisfacción a aquellos campesinos, en vez de contemplar las técnicas artísticas de este o aquel lienzo o escultura, sin despreciarlos en ningún momento, el contemplar la propia obra de sus manos, la propia Historia escrita por ellos, la de todo el pueblo que aparece en colectividad que gracias a su trabajo y la propiedad de la tierra en común, pues para ello en común la trabaja, han conseguido?, traduciéndose esto en que todo lo necesario para su desarrollo como personas se encuentra en su poder. Y todo ello se ha producido por medio de la liberación de las cadenas que atenazaban su libertad, entre las que se encontraba la Iglesia, en sus lienzos y retablos representada. Es decir, hablamos del contemplar el fruto de un proceso revolucionario a todas luces.
Revolución supone cambio drástico en el modo de producción y en las relaciones sociales de una sociedad o comunidad. No podemos quedarnos rezagados apenándonos de algunos costes de la revolución cuando el resultado de ella es proporcionalmente mucho mayor, tanto como que el campesino obtiene su libertad en virtud de que obtiene la propiedad de la tierra que trabaja, pero no solo eso, sino que es el pueblo en conjunto el que la posee y la gestiona de manera colectiva con el fin de darle un uso lo más equitativo y justo posible.
Con este post simplemente hablo de la situación concreta que se refleja en Tierra y Libertad y que se produjo durante la Guerra en numerosas localidades sobre todo en la zona oriental del país.
Por tanto, como siempre digo, cada tiempo posee un contexto, y es nuestra acción y programa los que deben adaptarse al contexto que existe en cada momento. Pero pienso que esta reflexión nos puede ayudar a comprender los hechos ya pasados, o cuanto menos, simplemente a comenzar a reflexionar sobre todo aquello que ya creamos juzgado de antemano. Como me dijo un profesor de Filosofía, existen dos tipos de filósofos: los que cuestionan absolutamente todo, y los desastrosos.
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